domingo, 28 de agosto de 2016

Estimado Sr M.

Es un hecho. No siempre estamos con ánimo de consumir Alta Literatura. Se establece en la más reciente novela de Herman Koch (Arhem 1953): 
"En esencia es como la misma comida en dos restaurantes distintos. A la derecha está el restaurante de las estrellas Michelin, a la izquierda un Burger King o un Mc Donald"s. No todos los días te apetecen bocados refinados, no siempre quieres llevarte a la boca un trocito minúsculo de foie presentado en un plato casi vacío. A veces te apetece una hamburguesa con panceta y queso fundido, un bollo blando y empapado, que la grasa te gotee por la barbilla. Pero eso siempre va acompañado de un sentimiento de culpa".

La metáfora no es del todo precisa. Es cierto que a menudo el lector de fuste gusta de darse un atracón con un entretenimiento ligero, es decir, sin densidades temáticas ni estilísticas; una buena historia bien narrada y punto, pero la ficción memorable es restaurante de cinco estrellas y sabrosa comida chatarra al mismo tiempo. Es todo para todos, como las Sagradas Escrituras, por eso perdura.

La cita del autor holandés, sin embargo, resulta útil para encarar el comentario de su última criatura. Pertenece a esa peculiar especie literaria que, a la espera de una mejor definición, llamaremos best seller de calidad, con cualidades y vicios parejos. No es un demérito. La lectura de Estimado Señor M. (Salamandra, 412 páginas, edición 2016) nunca deja de ser atractiva. Pero no se trata de Alta Literatura.

Aquí no hay un estilo en juego; no hay filosofía ni poética. Lo mejor que puede decirse de la escritura es que es transparente y amena. Es una novela ideal para regalar a aquellas personas que no leen más de cinco libros por año.

No conviene explayarse sobre la trama para preservar el efecto sorpresa. El nudo es el asedio que sufre un literato en decadencia por parte de un vecino, a causa de una de sus novelas (Ajuste de cuentas) que relata el supuesto asesinato de un profesor (abusador de menores y adúltero) en manos de dos de sus alumnos, chico y chica. Con suma destreza se van ensamblando, pues, tres líneas argumentales: el sutil acoso, la reconstrucción de un misterio que data de cuarenta años atrás, y la relación del escritor M. con sus colegas, el público y el arte en general. La arquitectura es ingeniosa; acaso lo más sofísticado de la novela.

El señor Koch descorre los visillos que ocultan las miserias de la industria editorial, esa otra hoguera de las más absurdas vanidades. Le canta un par de frescas a las sofocante corrección política de la Holanda progresista. Allí también un intelectual puede caer en desgracia si tiene el tupé de condenar a las dictaduras buenas, como la de los hermanos Castro. Al igual que en la Argentina, resulta conveniente alzar la voz contra una única especie de demonios, los que provienen desde la derecha. Son los muros, desgraciados, que han eregido los fariseos para coartar la libertad de expresión.

Koch, que saltó a la fama en 2010 con su novela La cena, ha sentido, por lo demás, la necesidad de decir algo sobre una herida que al parecer aún no ha cicatrizado en los Países Bajos, ese próspero pañuelito donde "los debates nacionales" son el pasatiempo favorito de la sociedad. La novela evoca la insignificante dimensión de la Resistencia holandesa durante la Segunda Guerra Mundial. 

Se mete también el narrador con el último tabú occidental: la diferencia de edad en las parejas. El escritor M. le lleva cuatro décadas a la esposa. Al profesor Landzaat (treinta años) le gustan las chicas de diecisiete. Qué horror. El enfoque es ambiguo, no obstante. Mucho más directas son sus horribles diatribas contra el cuerpo docente del liceo Spinoza. Se limita, aquí, a reproducir estereotipos. Llega a sostener que ser profesor es haber fracasado, es haber ingresado en "un rebaño de la más extraordinaria mediocridad". ¿Intenta captar Koch al público joven? ¿Lo habrá lastimado algún maestro?

El libro, para redondear, no carece de eficacia. Sencillísimo de leer, tiene humor y profundidad psicológica, sobre todo en lo que atañe a los adolescentes. Como se dijo, ornan las páginas alguna que otra opinión sagaz sobre el arte literario. Es decir, hace metaliteratura. En la página setenta y nueve se lee: "Un lector lee un libro. Si el libro es bueno se olvida de sí mismo; eso es lo único que tiene que hacer un libro. Si mientras lee el lector no puede olvidarse de sí mismo y piensa en el escritor constantemente, el libro es un fracaso. Esto nada tiene que ver con disfrutar de la lectura. Quien quiere disfrutar se compra una entrada para la montaña rusa".
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

domingo, 21 de agosto de 2016

Aphasia floriloquens

El Moscardón Imaginario XLVII




Los interminables discursos de un dictador caribeño. Las agobiantes cadenas nacional de la ex presidenta de la Nación. Las peroratas en el Congreso. Los insufribles panelistas de los programas de chismes. Al parecer, tienen algo en común. Tienen síntomas de Aphasia floriloquens, según se desprende de un maravilloso librito de ficción que por estos días estoy concluyendo (Aflicciones, La Bestia Equilatera, ciento cincuenta páginas, edición 2016).

El médico-escritor Vikram Paralkar, con el lúdico espíritu de un Borges, imagina la existencia de una Encyclopaedia medicinae, celosamente guardada por insignes bibliotecarios. El volumen, cuyo lomo es perfecto, describe las más raras enfermedades del universo. Transcribo un párrafo de la página cincuenta y seis de Aflicciones:

"La aphasia floriloquens es difícil de ubicar entre las noventa y dos categorías de desequilibrios linguísticos conocidos por el hombre, puesto que es la única afasia caracterizada por un extraordinario exceso del discurso en lugar de su ausencia. Cuando quiere mandar una carta, el enfermo entra a una oficina de correos y se lanza a una disertación sobre la historia de la correspondencia, pasando por temas tales como las epístolas enviadas de Siria a Babilonia, las rutas de carruajes establecidas por Amadeo Tasso, las inscripciones en papiros transportados por los ríos de Africa del Norte, el pergamino que le mando Fabricio a Pirro alertándolo sobre un intento de asesinato... Sin embargo, le resulta absolutamente imposible pronunciar la sencilla oración `Necesito mandar una carta'''.

Da la impresión de que la aphasia floriloquens afecta especialmente a las mentalidades progresistas. Es lógico, mientras a la izquierda le encanta escuchar su voz, la derecha va a los bifes. Como sea, el oyente piadoso debería mostrar la próxima vez más tolerancia ante los hermanos Castro, Cristina Fernández, Luis Lusquiños, los periodistas de televisión, etc. Pobres, no saben lo que dicen.

G.B.

domingo, 14 de agosto de 2016

Inmortalidad para millonarios

Por Guillermo Belcore

"Es la piedra más pesada que la melancolía le puede tirar a un hombre, decirle que ha alcanzado el final de su naturaleza, que ya no se avecina ningún estado posterior".Thomas Browne

En el firmamento de la literatura estadounidense brilla una estrella solitaria. Se llama Don DeLillo (Nueva York, 1936) y su escritura es densa, despareja, genial por momentos. Narra en series de fragmentos, ricos en significado. Es el literato que los colegan envidian y respetan, los críticos aplauden por convicción o esnobismo y el gran público ignora o desdeña. Es el literato obsesionado con la globalización, la devoción de las masas, los grandes espectáculos humanos, el control social, la tecnología, la industria bélica, el terrorismo, la plutocracia, el arte conceptual.

A fines de siglo XX, DeLillo había escrito una obra sublime, imprescindible, de dimensiones oceánicas. Desde Submundo (1997) no ha compuesto nada que se le acerque (hay quien habla de fatiga creativa) en términos de excelencia y ambición, pero la novela que acaba de llegar al español (Cero K, Seix Barral, trescientos dieciocho páginas) confirma que sigue siendo uno de los mejores de su generación. En una grosera simplificación, podríamos decir que se trata de un híbrido de ciencia ficción y novela filosófica. Como todas las manufacturas del Titán del Bronx, exige y merece relectura.

Nos lleva la trama a un remoto enclave en una antigua república soviética. Allí se quiere derrotar a la muerte, "un hábito que cuesta romper". A la muerte individual y a la muerte de la civilización. Es una fe religiosa incubada por una gran corporación llamada Convergencia. El aislamiento y la creación de una humanidad renacida que sobreviva al hundimiento catastrófico de todo lo que hay en la superficie son sus metas. Para ello, congelan en capsulas criogénicas a unos pocos heraldos que agonizaban por enfermedad o que han decidido ingresar en esa otra dimensión y luego emerger, recompuestos átomo por átomo, cuando la muerte acabe siendo inaceptable. A éstos últimos se los conoce como los Cero K. La vida eterna pertenece a quienes poseen riquezas asombrosas.

LA NUEVA JERUSALEN


Nuestro cicerone en Convergencia se es Jeffrey Lockart, hijo de uno de los benefactores de la secta transnacional. A los treinta y cuatro años, sigue siendo "un niño extraño", un "hombre involuntario". Aspira a una vida pequeña; se enamora de una maestra de escuela diferencial. Está desocupado. Alivia la tensión mental definiendo, designando, dando nombre a las criaturas y a la creación. Desdeña los grandes saltos, los empleos y la ayuda pecuniaria que le ofrece su padre Ross Lockart, tiburón de las finanzas globales que aparece en las tapas de revistas como Newsweek. Ross le pide a Jeffrey que lo acompañe durante la inmersión de su esposa Artis en esa cámara con temperaturas bajo cero que evitará que se descompongan sus tejidos corporales. El magnate decide inmolarse con ella, pero se arrepiente. Retornan a Nueva York, pasan dos años y otra vez vuelan a esa Nueva Jerusalén, donde -entre inquietantes performances subterráneas- se está amasando también el lenguaje del futuro, que "permitirá expresar cosas que ahora no podemos expresar".

Alguna reseña ha denunciado la frialdad de la prosa de DeLillo (se suele usar el adjetivo "glacial"), pero quién puede definir la temperatura justa en la novela contemporánea, ese Aleph capaz de deglutir, procesar y combinar todo los formatos (como el rock). La prosa de DeLillo se lee con un lápiz en la mano, sin prisas, o no se lee. Implica esfuerzo, la trama nunca se despliega de manera convencional. Uno se sumerge en las páginas como ocurre con cualquier virtuoso "difícil" de la Alta Literatura (la palabra "sumergirse" es lo que importa en el proceso). Hay un estilo en juego, una admirable capacidad para la sentencia filosófica, párrafos con un cromado reluciente, exquisita ironía, erudición, y la desconcertante (pero hermosa) sensación de que las abstracciones nunca se llegarán a comprender del todo.
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Muy bueno

sábado, 6 de agosto de 2016

Doctor House en Escandinavia

Por Guillermo Belcore

Si algo caracteriza a la industria cultural es su desapego por la innovación. Las fórmulas probadas se reproducen hasta el hartazgo. Cunde la mimesis. El clamoroso éxito de Doctor House, por ejemplo, ha fomentado la proliferación en las páginas y en las pantallas de misántropos tan geniales como cínicos y amargados con los que nadie quiere trabajar aunque sean las mentes brillantes que al fin del día resolverán todos los acertijos. En el libro que pasaremos a reseñar Gregory House se llama Sebastian Bergman, un psicólogo al servicio de la policía de Suecia, especializado en asesinos en serie, un Casanova realmente insufrible.

Bergman, en efecto, es el protagonista de la nueva saga policial que, cual drakkar vikingo, dejado Escandinavia para conquistar el mundo. Secretos imperfectos (Planeta, 522 páginas) se ha escrito a cuatro manos. Sus autores gozan de cierta notoriedad entre el público aficionado a la TV de calidad. Michael Hjorth compuso algunos capítulos de la serie Wallander. Hans Rosenfeldt es el factotum de la afamada The bridge. Ambos guionistas se trepan ahora a una moda de alcance global (con muy despareja factura): la novela negra sueca. ¿Otra más?, es el primer interrogante que suscitan libros como éste. El efecto sorpresa se ha esfumado. La frescura se secó. La vuelta de tuerca en la patria de los Nobel debe ser muy original o virtuosa para resultar atractiva.

DETECTIVES PROBOS


En esta ocasión, viajamos hasta Västerås -la sexta ciudad sueca en cuanto población- (142 mil habitantes), ubicada a cien kilómetros al oeste de Estocolmo, lugar natal del poeta Thomas Tranströmer. Lo mismo de siempre. La novela nórdica ha logrado persuadir al público de que en esas tediosas urbes provincianas de un país civilizado pueden ocurrir crímenes escalofriantes. Combaten contra el mal detectives incapaces de quedarse con una moneda ajena, que usan calzoncillos largos y tienen pruritos medioambientales.

Ha conmocionado a la policía de Västerås el hallazgo del cadáver de un chico de dieciséis años al que le han arrancado el corazón. Se ven forzados a convocar a las chicas y a los chicos listos (aquí existe igualdad de géneros) de la Unidad de Homicidios de la capital, pero no tan astutos como para no ser manipulados por un asesino que va arrojando pistas falsas y cadáveres a sus pies para evitar ser atrapado. Bergman, que se hallaba retirado, se suma a la pesquisa gracias a la buena voluntad de un viejo camarada, pero lo hace por razones egoístas.

Naturalmente, Secretos imperfectos no se trata de Alta Literatura. Cumple cabalmente su función de entretener, con varios giros imprevistos que mantienen magnetizados los dedos del lector. Es decir, cuesta mucho abandonar la novela. Esto no quiere decir que esté bien escrita. La prosa no sólo carece de belleza (es facilísima de leer), sino que incluye un desagradable goteo de frases, un abuso del punto y aparte que algún asesor de tres al cuarto le hizo creer a Hjorth & Rosenfeldt que resulta gracioso. Los personajes no carecen de profundidad psicológica, aunque el viraje de Bergman al final parece inconsistente en relación a sus actos previos. En síntesis, un pasatiempo mediocre y adictivo, de esos que hasta el más solemne de los lectores debe permitirse de vez en cuando.

Respecto a la crítica social -una de las potencias de la novela negra- el libro decepciona por completo. Sólo se ensañan H&R con los periodistas, esas aves de rapiña que "alimentan siempre la última histeria colectiva". Es injusto. A tenor de la retiración de contratapa, la prensa extranjera ha tratado demasiado bien a este libro.
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Regular