sábado, 27 de junio de 2009

Viaje al Río de la Plata

Ulrico Schmidl­

Claridad. 319 páginas. Edición 2009. Crónicas.­
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Sin duda alguna, la comodidad estropeó al género humano. Hoy hasta un resfriado nos tumba. Hombres de acero eran los del siglo XVI. 


El alemán Ulrico Schmidl vino en 1534 con Pedro de Mendoza a fundar Buenos Aires. Integraba una legión de arcabuceros rubios que escoltó una expedición de dos mil quinientos fieros colonos de su Césarea Majestad. Gastó veinte años en América. Guerreó mil veces con los aborígenes. Amarrado a un mástil, sobrevivió a un naufragio en el Río de la Plata. Pasó semanas enteras con el agua hasta la cintura en infectos pantanos entre el Paraguay y el Perú. Masacró, sin remordimiento alguno, a mujeres y niños. Resistió a pie firme un “hambre sin nombre”. Se sublevó contra el inútil de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Acopió esclavos y disfrutó de “indias muy hermosas y grandes enamoradas, muy corrientes y de naturaleza muy ardiente”. Persiguió el país de las Amazonas por sus fabulosas riquezas. 

Ulrico tuvo una suerte endemoniada. Por un pelo no abordó en Cádiz una nave que hizo añicos el mar embravecido. Ya en Alemania, narró su odisea con ingenuidad típica de la era, y con prosa seca y lacónica. Falleció en su cama y legó a la diosa literatura las primeras crónicas de este hermoso país que conocemos como Argentina. El libro estuvo olvidado por dos siglos y medio.

Un sello de la Patria ha juzgado oportuno acercarnos aquel viaje tremendo al Río de la Plata. Reimprimió la edición publicada en 1903 por Cabaut y Compañía. Incluye notas biográficas y bibliográficas de Bartolomé Mitre, comentarios del traductor Samuel Lafone Quevedo y una serie de cartas de la época de Carlos V. El volumen es en sí un documento muy interesante, pero no hubiera venido mal incluir algunos mapas y, sobre todo, un prólogo que actualizara el conocimiento sobre Ulrico Schmidl. La molicie también ha rebajado la calidad de la edición literaria.­
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el domingo 28 de junio.

Calificación: Bueno


PD: Si yo fuese escritor, tomaría como punto de partida estas crónicas para forjar una vibrante novela histórica, desbordante de sucesos. Estuve pensando cuál de las plumas de mi patria podría acometer semejante tarea. Ojalá que no sea Aira o Andahazi, me dije con un escalofrío.

miércoles, 24 de junio de 2009

De Gaulle y Churchill

Francois Kersaudy­
El Ateneo - Ensayo de historia. 572 páginas. Edición 2004.

Eran semejantes: imaginación romántica, energía ilimitada, desprecio por el peligro, consagración absoluta a la patria y a la vanidad, una pasión irrefrenable por guiar a la Historia. Cuando el destino golpeó sus puertas, uno tenía 65 años y el otro 50. Se conocieron el 9 de junio de 1940. Uno fue francófilo, pero el otro sospechó siempre de la Pérfida Albion, acaso por influjo paterno o porque un obús ingles despedazó en 1917 a su novia de Lille. Winston Spencer Churchill y Charles-André-Joseph-Marie de Gaulle fueron dos titanes. Una volcánica relación de amor-odio encarnaron para gloria de Occidente.

Este libro minucioso fue escrito en 1981 y ha sido calificado como “decisivo” sobre un tema bastante ignorado de la Segunda Guerra Mundial. Los vínculos entre Londres y la Francia Libre fueron una suerte de caldero maloliente que nunca dejó de hervir y desbordo en varias ocasiones.
El profesor Francois Kersaudy retrata grandezas y menudencias de dos temperamentos sin par. Pero no sucumbe al psicologismo. “Se trató mucho menos de una disputa personal, que de una confrontación en el más alto nivel entre dos imperios, dos mentalidades y dos intereses nacionales“, dice. Enriqueció su obra con transcripciones textuales de diálogos explosivos y discursos memorables. Sólo debe objetarse el tono encomiástico más propio de La vida de los santos y cierto desdén injusto para con los norteamericanos en general y Franklin D. Roosevelt en particular.

Uno observa a los pigmeos de esta época degradada y siente nostalgias por Churchill y De Gaulle. A pesar de su mutua e inquebrantable estima, jamás olvidaron una premisa de estadistas: “un hombre puede tener amigos, una nación nunca''.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

PD: Churchill y De Gaulle fueron defenestrados por el voto popular. Plutarco escribió que “la ingratitud hacia los grandes hombres es la marca de los pueblos fuertes”.

PD II:
Hay una escena conmovedora. Irrumpe De Gaulle en el Parlamento británico para dar un discurso. Estamos ya en los años sesenta. Ve a su viejo amigo, Churchill, decrépito y ajeno a toda la pompa y circunstancia. La demencia senil había hecho estragos en el viejo león. De Gaulle lo mira con ternura pero el Rey de Francia no puede permitirse la debilidad de derramar una lágrima en público. Sigue caminando hacia la tarima con pasos demasiado marcados y el rostro rojo como un tomate.

jueves, 18 de junio de 2009

Diez libros en la maleta

Moscardón imaginario XII

La Argentina, ese país impredecible, ha forzado a exiliarse a miles de sus hijos. En los últimos cincuenta años, el terrorismo de Estado y las convulsiones económicas obligaron a mucha gente a buscar horizontes más seguros o promisorios. Algunos debieron partir casi con lo puesto. Un mal sueño (la recurrente pesadilla de tener que huir de algo siniestro) me ha llevado a reflexionar sobre ese mal trago. Y una duda espantosa me asaltó: Si sólo hubiese espacio en mi maleta para diez libros, ¿cuáles me llevaría al extranjero? ¡Vaya pregunta!

El canon personal
Todos tenemos un puñado de obras imprescindibles, que adoramos por extrañas o lógicas razones. Regresamos a sus páginas, una y otra vez. Todo bookalcoholic que se precie ha construido, a veces sin meditar sobre ello, un canon personal. Harold Bloom destaca que una antigua prueba para saber si una obra es canónica sigue vigente: ¿exige una relectura? La analogía erótica es evidente, añade ese gran crítico. Personalmente, creo que no se trata de Eros (que, ¡ay!, no dura más de dos o tres años), sino de Philia o Agape. Es decir, aunque tenazmente persigo la “erótica de una obra” como sugería Susan Sontag, sostengo que la lectura apasionada es, sobre todo, un acto de amor. Venero casi todos los mil libros que atesoro en mi biblioteca (los que no me gustan los regalo), pero si me apuran me llevaría estos diez:

a Tres, seguro, serían libros de Jorge Luis Borges. Leer al mejor escritor en castellano de todos los tiempos es para mí una suerte de necesidad física. Me decanto por los tres tomitos Prosa completa que imprimió Bruguera-Libro Amigo-Emecé en España, allá por el lejano 1985. Han envejecido, alguna hoja amenaza con desprenderse, están prolijamente subrayados y un plástico algo sucio protege su apariencia (tengo la manía de forrar los libros con un material trasparente). Pero estoy seguro que me acompañarán hasta el fin de mis (o sus) días.

a El cuarto y el quinto son los dos tomos de Los mitos griegos de Robert Graves. Compré la séptima edición de bolsillo que Alianza publicó en 1992. Y no me canso de revivir la epopeya de los Argonautas o las tareas de Heracles. Me resulta fascinante la interpretación que un sagaz racionalista inglés hace de esas fantasías inspiradoras. Graves me reveló, entre tantos datos simpáticos, el origen de mi signo. Hace miles de años existía un troyano hermoso como el Sol que se llamaba Ganímedes. Era tan bello que Zeus, ese pillo indecente, se enamoró de él. Lo convirtió en su amante y le encargó que sirviera el agua con una jarra dorada en los banquetes olímpicos. Pero Hera, la esposa de Zeus, tramó una venganza. Ocultó una serpiente en el lecho de Ganímedes; el animalito obró según su naturaleza y el muchacho murió sin un suspiro. Zeus lo convirtió entonces en una constelación de estrellas para recordarlo eternamente. El joven que escancia el agua en el Olimpo, es decir, el Acuario.

a ¡Ya gasté la mitad del espacio disponible! No puedo olvidarme de ese ideal que me he fijado en el arte del comentario artístico. Me refiero a George Steiner, un erudito clásico, un virtuoso de la cita, el gran señor de la crítica. Tengo prácticamente todo lo que ha publicado en español. Elijo Lenguaje y silencio (Gedisa, primera edición en México, 1990). Es lo primero que leí de Steiner, arrobado. Es una sublime colección de ensayos. Desde Homero hasta Trotsky son indagados por una pasmosa erudición. ¡Y que bien escrito que está, por Dios!

a Los próximos tres libros en la maleta deben ser grandes novelas, la reina de la literatura. Bloom tiene razón. La buena novela condensa una forma de sabiduría que ningún ensayo jamás podrá igualar. Voy por esas escrituras que me han deslumbrado con su fulgor estético. Pero es inhumano obligarme a optar por tres solamente, entre tantos textos maravillosos que tengo al alcance de la mano. Con el corazón hecho un puño, guardo La montaña mágica de Thomas Mann y Lolita de Vladimir Nabokov. Arrojo una moneda al aire: sale cara es El gatopardo de Giusseppe Tomasi de Lampedusa; sale ceca, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. La moneda cae parada. Hago trampa y me llevó uno en la valija y el otro en el bolsillo del saco. Gimo al pensar en lo que deberé dejar en casa: Onetti y Levrero, Rushdie y Conrad, Vargas Llosa y Di Benedetto, De Lillo y Salinger, Schwob y Svevo, Murakami y Chandler, Eco y Rulfo, Stapledon y Lem, Marías y Pérez Reverte.

a El último texto en la valija es una obra espumosa, bufa y sorprendente, pero con una inesperada profundidad. Es novela de tesis, de denuncia, psicológica, costumbrista y qué sé yo cuántas etiquetas más. Lo leí entre carcajadas por primera vez, poco después del nacimiento de mi hijo. Es un libro ideal para regalar a un amigo, sea lector voraz o no. Me llevo La conjura de los necios de John Kennedy Toole, en la colección Compactos de Anagrama. Tengo para mí que Ignatius Reilly es el Don Quijote de nuestra época degradada.

Guillermo Belcore

UNA INVITACION

Navegante. Tu que frecuentas este puerto miserable o bien lo atraviesas por culpa del azar, detente un instante y escribe, por favor. Cuéntanos cuáles son los diez (o los cinco, o los tres) libros que te llevarías en tus alforjas si la mala fortuna te obliga a partir de improviso. No hace falta que expliques nada. Si lo prefieres, sólo menciónalos. Lo que sea importante para ti -querido o querida cófrade- también lo será para nosotros.

miércoles, 17 de junio de 2009

El lémur

Benjamin Black
Alfaguara, Novela policial, 203 páginas. Edición 2009

Más de una obra maestra se han compuesto por encargo. El mecenas no es aquí un príncipe, un obispo o un magnate sino uno de los diarios más influyentes del mundo. The New York Times contrató a John Banville -Benjamin Black es el seudónimo con que explora la literatura de género- para escribir una novela policial, susceptible de ser publicada por capítulos. El resultado es decoroso. Se trata, obviamente, de una producción menor del genial irlandés, pero hay párrafos que dan la sensación de ser perfectos, si es que esto fuese posible. La trama no es nada del otro mundo, pero uno se va de la novela con la convicción de haber leído otra competente exhibición de estilo. El ingenio y la erudición colorean las páginas. ¿Cuántos escritores modernos son capaces de parangonar la desnudez de una amante con aquellas odaliscas en tonos rosados y platino que pintaba Mondigliani?

El libro, por lo demás, satisface los requisitos del género. Banville deja descansar al patólogo Quirke, protagonista de sus dos novelas anteriores. Inventa a John Glass, otro personaje de tintes grahamgreenianos, es decir un católico maduro e infeliz, atormentado por dilemas éticos. Vive con una esposa rica y espléndida, pero él ya no la ama. Ni siquiera la desea. Arroja por la borda su prestigio de periodista íntegro y comprometido con causas perdidas para escribir la biografía de su suegro, un magnate que en su tiempo fue un legionario implacable de la CIA. Contrata a un investigador privado, cuya apariencia tiene un inquetante parecido con uno de los mamíferos más extraños, el lémur. El muchacho, un as de las computadoras, tropieza con un secreto de familia y somete a Glass a chantaje. Recibe como recompensa un balazo en el cerebro.

Leer a Banville es reencontrarse siempre con las virtudes clásicas de la literatura. A pesar de que el libro se degrada con concesiones y guiños a los lectores de periódicos, aquí también pueden disfrutarse la belleza de una descripción, el tallado magistral de los personajes y un gran dominio de la metáfora. El sol inane de Nueva York en primavera se parangona, por ejemplo, con un anciano inválido que se arriesga a dar unos pasos después de una larga convalescencia invernal. Escritores como Banville tienen, para decirlo con sus propias palabras, "finura esplendente".

Guillermo Belcore

Calificación:
Bueno

PD: Rodrigo Fresan realizó una muy buena entrevista al autor. Podes leerla en
http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=11619&sec=32&num=894
Quintin expresó su decepción con el libro. He aquí otro punto de vista:
http://www.lalectoraprovisoria.com.ar/?p=3903#more-3903

domingo, 14 de junio de 2009

Schweblin II

Estuve pensando...

Leo en Benjamin: "La ambigüedad es una de las características de la buena narración". Recuerdo haber leído que Voltaire escribió: "El secreto de ser aburrido es decirlo todo". Concluyo que los cuentos de Samanta Schweblin seducen, básicamente, porque son ambiguos. "Dadme un lector creativo, este texto es para él" (agrego yo), es el grito de batalla de la mejor literatura. Celebro que esta vez provenga de la Argentina.
Podes leer una excelente entrevista a la escritora en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-14120-2009-06-06.html

G.B.

sábado, 13 de junio de 2009

Pájaros en la boca

Samanta Schweblin­
Emecé. Cuentos. 181 páginas­
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¿Tiene lápiz? Anote este nombre: Samanta Schweblin, estrella en ascenso de la literatura criolla. Ana María Shua, en la retiración de contratapa, sostiene que es la “mejor cuentista argentina”. Puede que sea verdad, pero quizás el traje le quede aún un poco holgado. No importa. Lo cierto es que Pájaros en la boca revela que Schweblin, nacida en 1978, ha logrado ya forjar un universo personalísimo que seduce por varias razones.

Para empezar, Schweblin tiene la facultad de hacer cruzar al lector al lado de la anormalidad o de la fantasía con un pestañeo. De repente, uno se percata maravillado que las cosas no son como pensaba. Las obsesiones, la angustia, la desgracia, la violencia y la depresión psicológica son sus materias primas. Pertenece, además, a la mejor estirpe de narradores, aquéllos que entienden que nunca debe faltar en el cuadro una historia fascinante o conmovedora. Cuando no la hay, la crítica no tiene otro remedio que fastidiar con los defectos del estilo. No es éste el caso, aclaremos. La prosa, bien trabajada y expresiva, trae consigo vestigios de Cortázar y Kafka. Tiene además una inesperada profundidad.

Pero quizás el principal rasgo distintivo de la autora sea su singular imaginación. El volumen encierra a un pintor exitoso que tiene inclinación por agarrar de los pelos y dar la cabeza contra el piso a los asiáticos. Hay un caserío miserable que ha olvidado sentir hambre y sed. Un hombre sirena, una nena que devora pajaritos, un embarazo que se revierte simbolizan alguna cosa. Cavar, cavar sin motivo aparente, es un procedimiento repetido. La voz cándida de un niño que evoca la noche maldita en que Papa Noel se quedó a dormir en el dormitorio de su madre es otra de las cimas del libro. Schweblin, pues, un apellido para seguir de cerca.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de los diarios La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Muy bueno


viernes, 12 de junio de 2009

La confesión

César Aira
Beatriz Viterbo. Novela. Edición 2009. Precio aproximado: 35 pesos.

Veamos. La narración fluye improvisada con un comienzo realista y un final fantástico. Sobre la marcha, se le impone una organizada truculencia social, pero sin perder sutileza. Justamente, sutileza, misterio y asimetría son las virtudes del texto. El hilo del relato cambia una y otra vez de rumbo, pero nunca se corta el encanto. Esto se debe a que el lector va visualizando las escenas. El planteo literario se basa en la noción de que se puede vivir sobre el disparate, siempre y cuando se acepten sus colaterales de representación y felicidad.

Hasta aquí las palabras de César Aira, para describir los afanes de su personaje, el Conde Vladimir Hilario Orlov, un aristócrata decadente, un farsante inveterado, de tonito socarrón, cuya parte principal de su trabajo de supervivencia es hablar, contar e inventar. Pero perfectamente podría haber sido el comienzo de la reseña de la enésima novela infinitesimal del más enigmático y fascinante escritor argentino. Hablemos claro: Orlov es Aira. La confesión obraría, entonces, como una fantasía autodescriptiva, un ardid de prosa impecable que busca justificar un procedimiento narrativo que aún despierta encendidas y jugosas polémicas en la academia, los medios y los blogs. Y como quien no quiere la cosa, el libro va traficando postulados claramente borgeanos: “Para que una historia valga la pena debe haber algo que no se entienda del todo”.

Aira aparece también en el niño obeso que inventa sus propias reglas del juego (el observador debe deducirlas) por puro gusto infantil por la intriga sin solución. El absurdo -explica- es un modo mágico de hacerse obedecer. El Conde teme que el gordinflón revele un secreto en una reunión familiar. Sentado junto a él está Don Aniceto, un anciano de cara tallada en algarrobo que vendría a simbolizar a los escritores realistas con sus historias proletarias y miserabilistas. Orlov-Aira nos espeta dos advertencias: aborrece la descendencia (¡ojo, jóvenes emuladores argentinos!) y seguirá haciendo de las suyas hasta el final de sus días.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publica en el suplemento de Cultura de La Prensa el domingo 14 de junio.
Clasificación: Regular

PD: ¡Vaya tipo! Escribir libros para reivindicar sus procedimientos estéticos. Esta novelita, me parece, sólo puede ser disfrutada por la entusiasta grey aireana. Conmigo no cuenten.

domingo, 7 de junio de 2009

Lugares en la distancia

Juan Carlos Escalante
Nouvelle, Editorial Corregidor, 94 páginas. Edición 2009.

Cada tanto, caen en nuestras manos gemas exóticas al circuito industrial que merecen ser promocionadas. Este es el caso. El señor Juan Carlos Escalante (Buenos Aires 1945) ha tallado, con pasión y habilidad de orfebre, una intensa nouvelle, que explota los bellos recursos de la poesía. He aquí un parrafito: “Sorda manada de ciega pupila cunde cruenta cruzando señales sobre el mapa del hambre”.

Lo primero que sorprende del volumen son los elogios que Luis Chitarroni prodiga en la contratapa. ¿Qué tenemos aquí?, uno se pregunta. La lectura no tarda en maravillarse. Parece un libro de cuentos, pero tiene el aliento de la novela. Las páginas avaras narran la historia amarga de una mujer que nació en las islas del Delta. El agua tragó a su madre; su tosco padre la deshonró al llegar a la edad de merecer; más aun, la inició en algo que no siendo una vocación se convirtió en su naturaleza. Rosa-Nadja fue prostituta por necesidad pero nunca dejó de soñar con una galán de zapatos blancos. Su relato nos sume en la tristeza. Casi siempre hay desesperación tras los ojos de una mujer que entrega, a cambio de una suma de dinero, “el tibio promiscuo del calvo amuleto triangular”.

El libro vale por su estilo. Sólo el título es feo. Como notó Chitarrori, ya nadie escribe como Escalante. No es para perezosos: el goce, como en toda lírica, exige de las relecturas, aquí párrafo por párrafo. Es una literatura para saborear. Hay magníficas descripciones, rupturas sintácticas y semánticas, denuncias airadas que resultan encantadoras, aunque no vengan a cuento. Copiamos una (imaginamos para qué gallinero es el palo): “La feligresía de la pantalla hace imprimir una performance de 400 páginas con problemas fáciles o inútiles y sin riesgos estéticos; narrativa cómoda, inofensiva, conformista, deshilvanada y llena de lugares comunes con menos de diez palabras por oración. La comunidad digital quiere publicar antes de escribir, ignora el depósito del tiempo en el lenguaje y que edad debe tener un libro antes de nacer”.
Guillermo Belcore
Una versión más breve de esta reseña se publicó hoy en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Bueno

viernes, 5 de junio de 2009

La Sociedad Literaria y del Pastel de cáscara de papa de Guernsey

Mary Ann Shaffer y Annie Barrows
Del Nuevo Extremo. Novela, 303 páginas. Edición 2009.

Esta obra demuestra que incluso de la literatura en colaboración puede surgir algo hermoso. La editora, librera, escritora y bibliotecaria Mary Ann Shaffer (Virginia Occidental 1934-2008) no logró concluir su única novela. Una maldita enfermedad se interpuso en el camino. Su sobrina Annie Barrows tomó la posta. Profesionales de la edición aportaron valiosos consejos. Y así se redondeó una lúcida reflexión sobre la lectura, sobre su poder benéfico para ayudarnos a superar los momentos difíciles.

La composición del libro es muy original, fue urdido sólo con cartas, esq
uelas, telegramas y el diario de una dama excéntrica. Abarca nueve meses de 1946. Es una ventana magnífica a la microhistoria, a la sociedad inglesa de posguerra y a la maldad sin parangones de los nazis. Juliet Ashton, un escritora en ascenso, busca un tema para su próxima novela. Traba contacto epistolar con un grupo de habitantes de Guernsey, una de las islas del Canal de la Mancha, los únicos territorios británicos que Hitler logró conquistar (y los ultrajó durante cinco años). Allí funcionaba la Sociedad Literaria y del Pastel de cáscara de papa. Nació como estratagema para evitar que los alemanes arrestaran a los invitados a una cena clandestina, pero se prolongó como pequeña comunidad religiosa, en el sentido original del término (religar).

Juliet se va escribir a Guernsey. Descubre una heroína muerta en el campo de concentración de Ravensbrück. Se encariña con su hija. Descubre el amor en el cuerpo y alma de un tímido criador de cerdos. Aparecen unas cartas perdidas de Oscar Wilde. Aparecen personajes deliciosos. Hay una agradable sucesión de anécdotas. La prosa tiene frescura, delicadeza y un finísimo sentido del humor, a la altura de la vieja y querida Inglaterra. Se explora, como dijimos, el valor práctico, moral y filosófico de la lectura. Esta novela -en síntesis- es una estupenda sorpresa.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publica en el suplemento de Cultura de La Prensa el domingo 7 de junio.

Calificación: Muy bueno

lunes, 1 de junio de 2009

Todos los hombres son mentirosos

Alberto Manguel
RBA. Novela de 204 páginas. Edición de 2008.

Un siglo y medio atrás, Wilkie Collins narró magistralmente un crimen desde diferentes puntos de vista. La piedra lunar es uno de los hitos de la literatura universal. Con menor encanto y ambición, pero con una prosa que a menudo deleita el intelecto, Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) emula la fórmula. Su última novela denuncia la barbarie militar de los setenta y medita sobre la imposibilidad (inconveniencia) humana de encontrar la verdad.

Leer a Manguel -como a Ecco o a Steiner- es ingresar en una elocuente biblioteca. Cultísimo trotamundos, tiene un prestigio muy bien ganado como erudito en la historia de la lectura. Al ensayo pertenecen sus mejores obras. Pero como novelista desnuda aquí sus limitaciones. Como él mismo dice, carece de ese impulso de inventiva que la narrativa de ficción exige. Es un gran lector puesto a literato que trata con torpeza el sexo y el amor. Ubica a un alma condenada en un infierno que abruma con inmundicias (los modos oblicuos siempre son más eficaces). No hunde la sonda psicológica a la profundidad necesaria. Arma un rompecabezas cuyas piezas encajan sin gracia. Parece escribir para sus amigos. Sin embargo, el libro tiene pasajes impresionantes. El tono kafkiano con que tiñe al terrorismo de Estado resulta escalofriante. El tormento y el exterminio han creado -nos explica- su propio vocabulario. Es el lenguaje del Diablo.


La novela reconstruye la dolida sombra de Alejandro Bevilacqua, módico intelectual salvajemente torturado por los militares, refugiado en Madrid, autor apócrifo, suicida accidental. Treinta años después, un periodista francés desea develar al enigmático escritor que ha dejado una obra memorable, ‘Elogio de la mentira’. Describen al pobre Bevilacqua un camarada de letras (Alberto Manguel se llama), una española que se encaprichó con él, un cubano con quien compartió cautiverio, el fantasma de un viscoso delator. La vida, concluimos, es una cruel sucesión de equívocos, un mar de confusiones. La verdad, como decían los sofistas, no puede ser conocida. O si es conocida no puede ser comprendida. O si es comprendida no debe ser comunicada.
Guillermo Belcore
Una versión más corta de esta reseña fue publicada ayer en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Regular


PD:
Definitivamente, prefiero los magníficos ensayos a las tibias novelas de Manguel. He leído sólo dos, no obstante, es decir no puedo tener un juicio definitivo sobre el asunto. Pero me da la impresión de que carece del fuego sagrado del novelista.