domingo, 19 de abril de 2009

La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

Stieg Larsson
Destino. Novela policial. 733 páginas. Edición 2009.

La trilogía Millennium es la obra literaria del momento. Ha vendido millones de ejemplares en Europa y se ha encaramado en la Argentina en los primeros lugares del ranking. He aquí la novela policial de la década, sentenciaron los publicistas. Mientras subía una escalera, un infarto mató al periodista Stieg Larsson (1954-2004) -vaya suerte- antes de ver publicado su trabajo. La lectura del segundo tomo -puede disfrutarse sin haber leído el primero- es una tarea agradable. A pesar de su sensiblería y maniqueísmo, se trata de un libro bien escrito y ameno que tiene el don de entretener al lector. Nunca flaquea la atención.

Larsson inventó una heroína al gusto de la época. Se llama Lisbet Salander, tiene 25 años, cuerpo de niña y un carácter endemoniado. El Estado, ese ogro filantrópico, la ha catalogado como incapaz mental, pero la chica cuenta con una inteligencia prodigiosa. Es una hacker de elite, interesada en las ecuaciones matemáticas y con un fuerte sentido de la moral (que no siempre coincide con la ley). El coprotagonista es Mikael Blomvist, redactor estrella de Millennium, la revista con más credibilidad y descaro de Suecia. Se involucran en la muerte de un abogado, un periodista y una criminóloga. El detonante es una lapidaria investigación sobre el trafficking, es decir, la trata de blancas: adolescentes rusas o bálticas explotadas por mafias de mequetrefes para deleite de los aficionados a las prostitutas, entre los cuales hay varios peces gordos. Los malos de la película son los machistas ahogados en hormonas, los evasores impositivos, los abusadores sexuales. La policía es casi siempre amable y correcta. Un fantasma del mundo del hampa aviva la intriga más seductora.

¿Qué torna tan atractiva a la novela? ¿Qué cautivó a las masas? Hay que reconocerle al autor un impresionante sentido del marketing. Aplica el viejo truco de enseñarle algo al lector, desde el teorema de Fermat hasta las costumbres disipadas de la minoría de esa minoría que sostiene que, si te gusta el sexo, el genero, edad o estado civil de tu partenaire es un leve accidente. Incluye guiños culturales e ideológicos como el antiamericanismo. Y esboza una coherente ética postmoderna -calcada de los escritos de Giles Lipovetsky- que reinvidica el consumismo y el capricho personal al mismo tiempo que se denuncian las injusticias sociales y las crueldades estatales, y se postula la necesidad de castigar al pecador. Todo servido con un glaseado de vago anarquismo.

Guillermo Belcore

Publicado el domingo 19 de abril en los suplementos de Cultura del diario La Prensa y La Capital de Mar del Plata.


Calificación: Bueno

PD:
Aclaremos el punto. No se trata de gran literatura. Está muy lejos de las obras de Rushdie y Murakami que comentamos este año. Pero es un libro -por encima de todo- muy interesante, adictivo en su lectura. Me parece, además, que es una de esas obras “que hay que leer” si uno quiere presumir de moderno e informado. Leo en la solapa que Larssen trabajó duramente noche tras noche (¡la esposa no lo incordiaba!) para concluir su faena. ¿Conocen algún escritor argentino capaz de semejante esfuerzo?

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